miércoles, 2 de mayo de 2012

Nuevos avances en ingeniería genética

Hace un par de meses hemos podido ver como poco a poco, la terapia génica va ganando respetabilidad. Uno de los casos en que más cerca se está del éxito –y que sería de los primeros casos de su uso satisfactorio- es el de su empleo para tratar un tipo raro de ceguera, la amaurosis congénita de Leber.

Esta patología se debe a que una mutación provoca que en el ojo falte una enzima que está relacionada con la transmisión de la información visual por el nervio óptico. El tratamiento, como se puede leer en el trabajo publicado en la revista Science Translational Medicine, consiste en inyectar a los afectados con un adenovirus al que previamente se ha introducido una copia correcta del gen. Una vez en el ojo, se espera a que el virus infecte las células oculares y las inserte su ADN, el cual contiene la copia buena del gen. A partir de ahí, las células humanas comenzarán a sintetizar la forma correcta del enzima.

Sin embargo, aún queda mucho que recorrer porque este sistema depende de muchos factores. El primero, que la introducción del gen correcto no es dirigida, depende de la infección del virus el cual se inserta aleatoriamente en el ADN humano. Por tanto muchas veces no se introduce en el lugar adecuado y no se produce la expresión del enzima. Así que, en el futuro lo más probable es que se recurra a un sistema de inserción guiado.

La terapia génica es una de las técnicas de la biotecnología moderna. La biotecnología ha avanzado de manera espectacular en los últimos años aunque la humanidad hace uso de ella desde tiempos inmemoriales. Los primeros datos que se tienen del empleo de la biotecnología, actualmente denominada biotecnología tradicional, se remontan al momento en que se produjo la domesticación de plantas y animales y se dejó de lado la caza y la recolección hace unos 10.000 años.

Por otro lado, también se tiene constancia, y además es un dato que me ha fascinado, de como se utilizaban organismos o partes de estos en la medicina tradicional. Por ejemplo, los antiguos egipcios usaban miel para tratar infecciones respiratorias o como ungüento para las heridas porque la miel es un antibiótico natural y prevenía que éstas se infectasen.

Sin embargo, en los años 80, con la llegada de la ingeniería genética se produjo una verdadera revolución puesto que se adquirió la capacidad de diseñar los seres vivos que actúan en los diferentes procesos biotecnológicos. La inserción de nuevos genes o simplemente la modificación de algunos de ellos, hace que resulten más adecuados para realizar su función.

Gracias a la ingeniería genética, al campo de la biomedicina se le han abierto nuevas puertas para el tratamiento de enfermedades con alteraciones genéticas incurables como es el caso con el que hemos abierto este blog.

Otras enfermedades como la hemofilia B parece que también se beneficiarán de esta técnica utilizando un virus muy similar al empleado para la amaurosis congénita de Leber, tal y como podemos leer en la revista New England Journal of Medicine.

Para cerrar esta entrada quería terminar comentando un avance que me llenó de alegría cuando lo leí y es que, empleando también adenovirus, se ha conseguido proteger a ratones de la infección por VIH. Según se puede leer en El País “La técnica consiste en inyectar a los animales con un adenovirus modificado, al que se le ha incluido un gen que codifica anticuerpos contra el VIH tomado de pacientes con resistencia a la infección. El resultado es que si luego se exponía a los animales al virus, su organismo era capaz de defenderse.” El artículo completo se puede leer en la revista Nature.

Aunque aún queda camino por recorrer espero que pronto nos llegue la noticia de que todos estos primeros pasos son ya en realidad, tratamientos empleados habitualmente en nuestros centros sanitarios.

Cómo podemos conseguir mayor capacidad intelectual

Pues bien, hoy voy a exponer dos iniciativas, la primera accesible a casi todo el mundo, pasear o nadar, y la segunda en vías de desarrollo como posible intervención terapéutica para enfermedades mentales, un fragmento de proteína.

En el primer caso, durante más de una década, los neurocientíficos y los fisiólogos han estado buscando pruebas que demuestren la relación beneficiosa existente entre el ejercicio y la capacidad intelectual. Sin embargo, los nuevos hallazgos dejan claro que esto no es sólo una relación, sino un hecho. El empleo de tecnologías muy sofisticadas que permiten examinar tanto el funcionamiento de neuronas individuales como la estructura cerebral, han mostrado que el ejercicio mejora la flexibilidad cognitiva del cerebro y evita que éste disminuya en tamaño. Es decir, la neurociencia sugiere que hacer ejercicio refuerza el pensamiento más que el propio pensamiento.

La prueba más convincente proviene de varios estudios en animales de laboratorio. Desde hace tiempo se sabe que los entornos “enriquecidos”, es decir, espacios repletos de juguetes, con nuevas y variadas actividades, mejoran la capacidad intelectual de los roedores. En la mayoría de los casos, este “enriquecimiento” incluye una rueda para correr, porque los ratones y las ratas en general, disfrutan corriendo. Hasta ahora, apenas se había realizado investigación en este ámbito y por tanto, se desconocían los efectos particulares que conlleva el aumento de la frecuencia cardiaca en comparación con los que produce jugar con juguetes nuevos o estimular la mente de otra manera.

El año pasado, un equipo de investigadores dirigido por Justin S. Rhodes, profesor de psicología del Instituto Beckman de Ciencia y Tecnología Avanzada de la Universidad de Illinois realizaron el siguiente estudio publicado en la revista Hippocampus. Cogieron cuatro grupos de ratones y los acomodaron en cuatro entornos diferentes. El grupo 1 vivía rodeado de abundancia, tanto sensorial como alimenticia. Su jaula contaba con un comedor en el que disponían de frutos secos, frutas y quesos, y de vez en cuando se les espolvoreaban los alimentos con canela, todo ello regado con aguas de sabores diversos. Sus “camas” eran coloridos iglús de plástico y la jaula estaba repleta de bolas, túneles, bloques, espejos y balancines. El grupo 2 tuvo acceso a todos estos placeres pero además su jaula tenía ruedas para poder correr. Las jaulas del tercer grupo estaban vacías, sin nada adicional aparte de los barrotes y las típicas croquetas de alimento para roedores. Las del grupo 4 tenían ruedas para correr pero no contaban con ningún otro tipo de juguete y los ratones sólo comían croquetas.

Sometieron a todos los animales a una serie de pruebas cognitivas al inicio del estudio y además les inyectaron una sustancia que permite rastrear los cambios en las estructuras cerebrales. Durante varios meses, los ratones corrieron, jugaron, o en el caso de los que tenían la jaula vacía, holgazanearon en sus jaulas.

Pasado ese tiempo, el equipo de Rhodes sometió a los ratones a las mismas pruebas cognitivas y examinó los tejidos cerebrales. El resultado obtenido fue que ni los juguetes más estimulantes ni los caprichos más apetitosos habían mejorado  los cerebros de los animales. Solamente los que tenían ruedas de correr en sus jaulas habían mejorado su capacidad intelectual.

¿Por qué? Pues bien, el cerebro, al igual que todos los músculos y órganos, es un tejido, y su función disminuye con la infrautilización y la edad. A partir de los 20 años, la mayor parte de nosotros va a perder entorno a un 1% anual del volumen del hipocampo, una parte clave del cerebro relacionado con la memoria y ciertos tipos de aprendizaje. Hasta hace poco se pensaba que nacíamos con un número determinado de neuronas que eran las que conservábamos toda la vida, sin embargo se ha visto que no, que en la edad adulta se produce neurogénesis. Pero la neurogénesis no es suficiente para aumentar la capacidad intelectual, para que esto ocurra es necesario que las nuevas neuronas formen conexiones con sus neuronas vecinas y esto es lo que favorece el ejercicio aerobio, la formación de nuevas redes neuronales. El mecanismo molecular aún no se conoce muy bien, sin embargo, todo parece indicar que el ejercicio aumenta los niveles del BDNF (factor neurotrófico derivado del cerebro), una sustancia que estimula la supervivencia y el crecimiento neuronal a la vez que refuerza la unión célula-axón. También parece que con el ejercicio se estimulan múltiples genes que no se activan con el sedentarismo.

Por tanto, ¿a qué estamos esperando? ¡todo el mundo a hacer ejercicio!

Por otro lado, en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CSIC-UAM) se ha identificado un mecanismo molecular que manipulándolo mediante la administración de un péptido, denominado FGL, se aumenta la capacidad de aprender y retener información espacial en ratas de laboratorio. Es decir, estos investigadores, mediante manipulación farmacológica son capaces de aumentar la capacidad cognitiva, al menos en animales de laboratorio. Sí es verdad, esta posibilidad es muy cómoda, tomarse una pastillita que te permite ser más inteligente. Pero como aclara una de las firmantes del trabajo publicado en Plos One “Este tipo de estudios de ciencia básica contribuyen a diseccionar las bases moleculares y celulares que controlan nuestras funciones cognitivas, y nos orientan acerca de posibles vías de intervención terapéutica para enfermedades mentales en las que estos mecanismos son defectuosos”.

Así que repito ¡todo el mundo a hacer ejercicio!